Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos,
la edad de la sabiduría, y también de la locura;
la época de las creencias y de la incredulidad;
la era de la luz y de las tinieblas;
la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación.
Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada;
caminábamos en derechura al cielo
y nos extraviábamos por el camino opuesto.
En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual,
que nuestras más notables autoridades insisten en que,
tanto en lo que se refiere al bien como al mal,
sólo es aceptable la comparación en grado superlativo
la edad de la sabiduría, y también de la locura;
la época de las creencias y de la incredulidad;
la era de la luz y de las tinieblas;
la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación.
Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada;
caminábamos en derechura al cielo
y nos extraviábamos por el camino opuesto.
En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual,
que nuestras más notables autoridades insisten en que,
tanto en lo que se refiere al bien como al mal,
sólo es aceptable la comparación en grado superlativo
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